viernes, 30 de marzo de 2012

La emperatriz Diana Vreeland



Si Anna Wintour es actualmente la reina del mundo de la moda, Diana Vreeland fue su emperatriz. Desde el Harper's Bazaar y el Vogue americano y como curadora del Museo Metropolitano de Nueva York fue, hasta su muerte en 1989, una de las figuras más influyentes de la moda contemporánea. El Palazzo Fortuny, en Venecia, explora su larga carrera. 


Es muy probable que la nueva generación de 'fashionistas' desconozca su nombre. Algunas, de más edad, quizás tengan alguna vaga referencia. Sin embargo, si los creadores de moda son estrellas planetarias, si subimos y bajamos el ruedo de nuestras faldas y la altura de nuestros tacones al ritmo de sus caprichos, si buscamos cada semana o cada mes en las revistas cuál es el último 'it bag', en fin, si la moda ocupa hoy el lugar que ocupa en nuestras vidas, es, en cierta medida, gracias a ella.
 Diana Vreeland fue el mejor árbitro de estilo y elegancia del siglo XX. Durante más de cincuenta años -primero como editora de moda de Harper's Bazaar, desde 1937 hasta 1963, luego como directora de Vogue durante ocho años y finalmente como creadora de fantásticas exhibiciones en el Costume Institute del  Museo Metropolitano de Nueva York- Vreeland lanzó modas, estableció reputaciones y dio un nuevo sentido a la palabra tendencia.
Nada mal para una mujer que, en principio, no tenía ninguna intención de trabajar para vivir ("¿Trabajar? Qué idea interesante".).






UNA NUEVA PROFESIÓN 
 Diana Dalziel nació en París, hija de un  banquero escocés y  de una 'socialité' norteamericana, descendiente de George Washington. Criada en la Europa despreocupada de entreguerras, sus padres no eran ricos, pero estaban extraordinariamente bien conectados. Ella y su hermana recibieron una educación errática: a una buena formación académica su madre prefirió que estudiaran baile. "Cuando descubrí la danza, aprendí a soñar", diría más tarde.
Tras casarse con Reed Vreeland, un guapo banquero, la pareja se instaló en Nueva York y luego en Londres, una ciudad de la que luego diría, en una de las típicas frases que formarían parte de su celebridad, "lo mejor de Londres es París" (Diana viajaba regularmente a la capital francesa para las pruebas chez Cocó Chanel). Allí socializó con Wallis Simpson, fue presentada al rey Jorge y se hizo íntima del fotógrafo Cecil Beaton. En 1937 la pareja regresaba a Nueva York, donde viviría el resto de su vida.




  Vreeland no comenzó su carrera profesional hasta sus treinta y tantos, después de haber dado a luz a dos hijos. No era una mujer bella, pero su elegancia y su 'chic' eran ya entonces tan reconocidos que los modistos le cedían su ropa a cambio de la visibilidad que ella les proporcionaba. Según su propia leyenda, un día Carmel Snow, célebre editora del Harper's Bazaar, con un ojo para descubrir nuevos talentos, la vio en el Hotel Saint Regis en su vestido Chanel y al día siguiente le ofreció trabajar como editora de moda en su revista. "Solo tendría que hacer lo que ya hacía de todas maneras", le dijo.


 Diana aceptó el cargo y pronto cambió la forma de informar al público sobre la moda. En lugar de simplemente reseñar estilos y tendencias, Diana comenzó a crear, motivar y popularizar ciertos objetos, actitudes e ideas a través de sus observaciones y comentarios ingeniosos. Ejemplos: "El bikini es el invento más importante desde la bomba atómica", dijo tras descubrirlo en las playas francesas en 1947. "No temas ser vulgar, solo aburrida". La columna que escribió durante sus veinticinco años en Harper's Bazaar -"¿Por qué no…?"-  sugería insólitas propuestas a las lectoras. Si algunas eran francamente delirantes (¿por qué no lavas el pelo de tu hijo rubio con champaña como hacen en Francia?), otras demostraban su apertura de espíritu (¿por qué no pintas un enorme mapa del mundo en la habitación de tu hijo para que no crezca provinciano?). 





Para ella la misión de las revistas de moda era dar un punto de vista. "La mayoría de la gente no lo tiene y lo necesita más aun, eso es lo que esperan", decía. Durante sus años en Bazaar formó una mítica asociación con el fotógrafo Richard Avedon, logrando una producción inédita en su época y rara vez igualada. "Diana inventó la profesión de editora de moda. Antes que ella eran mujeres de la alta sociedad que ponían sombreros en otras mujeres de la alta sociedad", dijo Avedon. Fue ella quien descubrió a Lauren Bacall (su foto en el Bazaar de marzo de 1943 llamó la atención del director Howard Hawk, quien la puso junto a Humphrey Bogart en Tener y no Tener), popularizó el estampado animal, introdujo a Yves Saint Laurent al público norteamericano y presentó a Oleg Cassini a Jackie Kennedy, la flamante first lady, quien haría de él su modisto oficial.




"EL OJO TIENE QUE VIAJAR"
 Tan original era su personalidad, que traspasó las fronteras del mundo de la moda: Vreeland fue la inspiración de Alison du Bois,  personaje principal de Lady in the Dark, un musical de Ira Gershwin y Kurt Weill, y de las extravagantes editoras de moda de las películas Funny Face y ¿Quién Eres tú, Polly Magoo?
En 1962, Vreeland renunció a Bazaar y aceptó la oferta para dirigir la revista Vogue.
Su genio verdaderamente explotó en los 60, la década del 'youthquake' (el terremoto de la juventud) que ella adoró porque sentía que por fin se celebraba la originalidad de cada persona. "Si tenías un bulto en tu nariz, no importaba. Mantenías la cabeza erguida y ya eras una belleza", decía.
En cuanto a ella, su estilo era discreto. Peinaba su cabello ultranegro hacia atrás, pues no creía en disimular sus rasgos poco agraciados, sino todo lo contrario. Vreeland apreciaba la calidad por sobre todas las cosas. Su conjunto ideal, "el más lujurioso suéter de cachemire, los más lujuriosos pantalones de satén, medias hermosas, zapatos maravillosos y lo que corresponda alrededor del cuello".




 En su libro Allure, Vreeland dijo: "El ojo tiene que viajar", una simple frase que revela su más íntimo pensamiento y la manera en que percibía el mundo. A través de su ojo, observador y diligente, alentaba a sus lectores a ser libres, a mirar, a imaginar y a dejarse llevar por la fantasía, y los desafiaba a vivir de manera más provocativa. Muchas veces, ella misma se dejaba llevar por su imaginación. En una ocasión un periodista le preguntó: "Señora, lo que usted dice es realidad o ficción (fact or fiction)? "Faction", contestó sin pestañear. Manolo Blahnik, a quien aconsejó sabiamente dedicarse a hacer zapatos (cuando él pensaba dedicarse a la escenografía), la recordaba, tras su muerte, con admiración: "Tenía una tal presencia, casi un halo. Tenía un ojo extraordinario y una energía fenomenal. Me aterrorizaba un poco pero yo sabía que nunca conocería a alguien como ella". 






LA MODA COMO ARTE 
 En 1971, nuevo cambio en su carrera. Esta vez como consultora especial del Costume Institute en el Museo Metropolitano de Arte,  donde se impuso la misión de colocar a la moda a nivel de arte. En 1984 había organizado doce exhibiciones, entre ellas: El Mundo de Balenciaga, La Belle Époque, Sacerdotisas de la Moda Americana o Diseño Romántico y Glamoroso de Hollywood, todas desde una perspectiva totalmente original. A nadie, antes que ella, se le había ocurrido perfumar cada sala con un aroma diferente, poner música o recurrir a la tridimensionalidad. La exposición en el Palazzo Fortuny reproduce partes de las que ella montó entonces y recorre  su carrera a través de fotos, filmes y modelos icónicos provenientes de diferentes colecciones.
A su muerte, en 1989, todo el 'who's who' de la moda y de la literatura se reunió para rendirle homenaje: entre ellos Oscar de la Renta, Donna Karan, Carla Fendi, Issey Miyake, Diane von Furstenberg, Mary McFadden, Paloma Picasso, Richard Avedon, Lauren Bacall, Anna Wintour, Fran Lebowitz, George Plimpton y Pierre Bergé, quien dijo en esa ocasión: "Diana Vreeland era de esas mujeres que toman al destino por el cuello y lo obligan a hacer lo que ellas desean".  Lo único que no pudo fue ser inmortal.




DIANA VREELAND EN SUS PALABRAS


"Tienes que tener estilo. Te ayuda  a bajar las escaleras. Te ayuda a levantarte por la mañana. Es una forma de vida. Sin estilo no eres nadie".
"Un nuevo vestido no te lleva a ningún sitio, es la vida que vives con ese vestido, la vida que viviste antes y la que vivirás después".
"No mires hacia atrás. Regala tus ideas. Detrás de cada idea hay otra que espera por salir".
 "Hay que darle al público lo que nunca supo que quería".
 "Hay una sola cosa en la vida, y eso es la renovación constante de la inspiración".
"Estilo: todos los que lo tienen comparten una cosa: originalidad".
 "No te preocupes por los hechos, simplemente proyecta una imagen al público".
 "Sin emoción, no hay belleza".
 "Las personas que comen pan blanco no tienen sueños".
"Lo que vende es la esperanza".

lunes, 26 de marzo de 2012

Una rareza maravillosa


Alexander McQueen era una singular estrella en el firmamento de la moda. La palabra performance se asociaba con frecuencia a sus espectáculos de pasarela y el séquito que lo rodeaba poseía un temperamento similar, uno que oscilaba entre lo extraño y lo atractivo.


Entonces, que las personas que asistieran al servicio que conmemoraba su muerte resultaran igual de llamativas no era para extrañarse. Sin embargo, ese día, en tan emotivo acontecimiento, emergió una mujer con zapatos esculturales, dramáticos y surreales, y un velo que remataba en una especie de sombrero curvo. Toda de negro, como una viuda de otro mundo, con un aura de melancolía y una imponencia difícil de digerir.



 Esa mujer era Daphne Guinness, una criatura extraña y extraordinaria, tildada comúnmente de excéntrica, de quien se burlan en los aeropuertos y que, en primera instancia, muchos asociarían con Lady Gaga. Pero Guinness antecede a la estrella desde hace muchos años, con el sofisticado hábito de coleccionar alta costura y deslumbrar con sus indescifrables, majestuosos y muchas veces sombríos atuendos.





Guinness es una mujer madura y heredera literal del apellido que posee. Muy joven se casó con un Niarchos, hijo del multimillonario empresario naviero, con quien tuvo un turbulento divorcio hace unos años.
Cuando aún estaba casada y tal y como dan testimonio las fotografías de entonces, en la dama era evidente un interés por la estética, pero con los años, y luego de zafarse de los límites matrimoniales, Guinness parece haber resurgido como lo que es: no sólo como esa criatura salvaje, tal como la denominó Guy Trebay de The New York Times, sino como una mujer cuyo cuerpo es un territorio desde el cual afirmar qué significa ser una mujer visible para el mundo, qué límites y poderes alcanza, qué creatividades e indulgencias puede concederse a sí misma sin parecer otra cosa que una señora con mucho dinero y gusto por la excentricidad extrema.





Guinness, a quien es posible leer en Twitter, por ejemplo, siempre exhibe un humor ligeramente melancólico, oscuro, pero al tiempo perspicaz y agudo; su aura, no obstante, la hace parecer, como en aquel servicio, una viuda eterna. En esencia, ella conserva los matices más puros de la moda verdadera donde la imaginación traza los retazos de su capricho.



SOBRE ELLA
Como una reconocida socialité y, además, como todo un emblema de disidencia en el ámbito de la moda, Guinness atrae todo tipo de miradas y admiraciones. Fue ella quien compró toda la extraña colección de ropa y sombreros de la desaparecida Isabella Blow –descubridora y amiga íntima de McQueen-. Más allá del perezoso estigma de excéntrica, Guinness es una criatura autorreflexiva con un temperamento a veces melancólico y con una postura estética que refleja hondas representaciones sobre la feminidad.





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jueves, 22 de marzo de 2012

ALTA COSTURA



Alta Costura (Haute Couture en francés) o Alta Moda (en italiano) se refiere a la creación de ropa a la medida de cada cliente. Se trata generalmente de atuendos fabricados con tela de alta calidad y precios elevados, cosida con atención al detalle y a su acabado. En ocasiones puede considerarse también como un tipo de arte fino, a la misma altura que la escultura, la pintura, la música, etc.1
Originalmente el término hacía referencia al trabajo que Charles Frederick Worth producía en París a mediados del siglo XIX. En laFrancia moderna haute couture es un nombre protegido que puede usarse solamente por firmas que cumplan ciertos estándares muy bien definidos. Sin embargo, el término se usa informalmente para describir a las demás marcas de moda que fabrican ropa a la medida del cliente, sin importar que no se produzcan en París, como es el caso de las marcas que tienen sede en Milán, Londres, Roma, Nueva York y Tokio.



Historia de la Costura
El liderazgo de Francia sobre la moda europea quizá data del siglo XVIII, cuando el arte, la arquitectura, la música y moda de la corte francesa en el Palacio de Versalles era imitada en toda Europa.[cita requerida]. Las personas que visitaban París se llevaban consigo ropa parisina que era copiada por costureros locales. Las mujeres extranjeras también solían ordenar muñecas vestidas con lo último de la moda parisina que usaban como modelos.
Cuando el tren y el barco de vapor hicieron más sencillo desplazarse por Europa, cada vez fue más común para las mujeres adineradas el viajar a París para comprar ropa y accesorios. Los costureros franceses fueron considerados entonces como los mejores en Europa y la ropa proveniente de París era considerada mejor que las imitaciones locales.
El couturier (costurero) Charles Frederick Worth (octubre 13, 1826 - marzo 10, 1895) es considerado el padre de lo que hoy se conoce como alta costura. Aunque nació en Bourne, Lincolnshire, Inglaterra, Worth dejó su huella en la industria de la moda francesa al revolucionar el cómo era vista la industria del vestido. Worth convirtió a la industria en moda, creando la figura del diseñador de moda.




Aunque Worth creó diseños únicos para complacer a sus clientes adinerados, es mejor conocido por preparar un portafolio de diseños que eran mostrados en vivo por modelos en la Casa de Worth. Los clientes seleccionaban un modelo, especificaban el color y la tela, y obtenían una copia fabricada en el taller de Worth. Charles Worth combinó la costura a la medida con técnicas de fabricación de ropalista para usarse, que también estaba siendo desarrollada en esa época.
Siguiendo los pasos de Worth estuvieron Callot Soeurs, Patou, Poiret, Vionnet, Fortuny, Lanvin, Chanel, Mainbocher, Schiaparelli,Balenciaga y Dior. Algunas de estas casas de moda aún existen bajo la dirección de diseñadores modernos.

Paul Poiret

Paul Poiret 



                                                     Madeleine Vionnet 

  Madeleine Vionnet 


Jean Patou

Jean Patou


 Coco Chanel

Coco Chanel




En los años 1960s un grupo de jóvenes diseñadores, aprendices de couturiers como Dior o Balenciaga, dejaron las casas de moda para las que trabajaban y abrieron sus propios establecimientos. Los más exitosos de esos jóvenes diseñadores fueron Yves Saint Laurent,Pierre Cardin, André Courrèges y Emanuel Ungaro. Hanae Mori, un japonés que radicara en París también tuvo éxito al establecer su propia línea. Lacroix es quizás la casa de moda más exitosa de entre las que abrieron a finales del siglo XX. Otras casas nuevas son las de Jean-Paul Gaultier y Thierry Mugler.
 Christian Dior



Para todas estas casa de moda la ropa hecha a la medida ha dejado de ser su fuente principal de ingresos, pero mantener una colección de alta costura les ayuda al aumentar el prestigio de la marca y las ventas de sus líneas de ropa lista para usarse, zapatos o perfumes que generan más ganancias en relación con la inversión realizada. De hecho, muchos de los diseños mostrados en los desfiles de moda de alta costura raramente se venden. Por esta razón algunas casas se han visto forzadas a abandonar sus divisiones de alta costura, que generaban pocos ingresos, para concentrarse en sus líneas de poco prestigio de ropa lista para usarse que genera mayores ganancias. Dichas casas, como la del diseñador italiano Roberto Capucci, que tienen su taller en Italia ya no son consideradas como haute couture.
En los años 1960s ocurrió un revuelo en contra de los estándares de la moda por artistas de rock y hippies, así como una internacionalización de la moda. Los viajes en avión permitieron que la gente pudiera comprar ropa de la misma forma tanto en Nueva York como en París. Las mujeres ricas dejaron de sentir que la moda de París era necesariamente mejor que la de otras partes. Así que aunque París aún sea importante en el mundo de la moda, ya no es el único arbitro de la moda.

The Making of a Chanel Haute Couture Outfit


Chanel - Paris-Shanghai A Fantasy (Short Movie) Part 1





miércoles, 21 de marzo de 2012

LA MUJER SURREALISTA




ELSA SCHIAPARELLI

Provocadora, controvertida y feroz rival de Coco Chanel, elsa schiaparelli revolucionó la alta costura durante la época de entreguerras del siglo pasado. La llama artística de sus diseños permanece hoy viva






Las décadas de los veinte y treinta del pasado siglo fueron tiempos tan fértiles como convulsos en los campos de las ideas, el arte y el progreso industrial. Especialmente en París, crisol de todas las vanguardias de la época, donde se dio el fenómeno más revolucionario de la historia del arte contemporáneo: artistas plásticos, escritores, filósofos, inventores, cineastas, mecenas y modistas solían trabajar juntos con absoluta espontaneidad, en un continuo fluir de ideas y colaboraciones tan natural entonces como natural es hoy la separación y el secreto entre las distintas disciplinas. En aquella época, la moda era sólo alta costura, y estaba en manos casi exclusivamente de mujeres. Vionnet, Lanvin, Alix, Louise Boulanger y las hermanas Callot eran modistas notables y célebres, y cada maison tenía su clientela. El poder era de ellas y de Coco Chanel, la reina de todas, que introdujo en la costura los conceptos de juventud y racionalismo, y que dijo proféticamente que "la moda que no se hace para las masas no es moda, pues muere al nacer”; a ella, que defendió siempre su trabajo como un oficio y no como un arte, le seguimos debiendo las mujeres nuestra actual silueta.
Y sin embargo, con la distancia con la que ahora podemos analizar los últimos 100 años de vida de la moda, vemos que las grandes revoluciones formales sólo ocurren una o dos veces por siglo, y que en épocas de crisis –como la actual–, la fantasía, el capricho y lo accesorio como proyectos de arte y provocación son tan necesarios como la razón, con la que tienen que, aun a su pesar, convivir. De modo que, teniendo en París una Chanel que cambió la moda para siempre, unos artistas cubistas que cambiaron radicalmente la expresión artística contemporánea y unos arquitectos racionalistas que transformaron el espacio urbano y el hábitat con un lema común –"menos es más”–, también tuvieron lugar movimientos contrarios. El más sonado de todos fue el surrealismo, corriente que arrastró a Elsa Schiaparelli hacia la cumbre de la alta costura de los años treinta y la convirtió en la única rival seria de mademoiselle Chanel. De "la italiana”, como la llamaba despectivamente Coco, dijo: "Hay una poesía costurera, un dadaísmo costurero y un estajanovismo costurero, el de madame Schiaparelli, que presenta sus vestidos en las fábricas”. Pero Schiaparelli, que ya era famosa por su color rosa shocking, sus jerséis con trampantojo y una docena más de creaciones vanguardistas, era imitada por doquier y, para bien y para mal, compartía clientas con la temible Chanel, de quien decía que su moda era "pobre de lujo”. Ambas modistas se hicieron la guerra, seguida por la prensa con gran regocijo: ¡duelo entre la amiga de los surrealistas y la amiga de los cubistas!




Se dijo de ella que poseía el misterioso don de anticipar la siguiente ola. Elsa Luisa Maria Schiaparelli nació en 1890 en Roma, en el seno de una familia aristocrática y culta. Era rebelde, tímida y ansiosa, y a veces podía ser muy brusca. Sus recuerdos infantiles, entre ellos la crueldad de su madre al comentar su estatura y su "fealdad”, influyeron enormemente en sus creaciones adultas: la rica biblioteca de su padre, las begonias del jardín que darían lugar al famoso rosa shocking y la voluntad de trascender la belleza convencional para concebirla como una forma de expresión y de metamorfosis.
A los 22 años se fue a Londres, y en 1914 , "buscándose a sí misma física y espiritualmente”, acudió a una conferencia de un joven teósofo llamado Wilhelm Wendt de Kerlor, discípulo de la espiritualista de moda, madame Blavatsky. Fue un flechazo. Tras veinticuatro horas de conversación platónica, Elsa y Kerlor contrajeron matrimonio civil. La pareja se embarcó en 1916 hacia Chicago, ciudad donde Kerlor comenzaba una gira de conferencias. En el transatlántico, Elsa congenió con Gabrielle Picabia, mujer del pintor dadaísta Francis Picabia, que iba a convertirse en una gran amiga. En Estados Unidos, la pareja llevaba una vida errante, y Kerlor empezó a dudar de su vocación. Era un marido infiel y provocador, a pesar de vivir de la dote de la enamorada Elsa. El matrimonio iba de mal en peor, y cuando desapareció el dinero también desapareció la poca lealtad de Kerlor hacia su esposa y su recién nacida hija Gogo, con la sonada huida de él con su célebre amante, Isadora Duncan, en 1920.

Schiaparelli vivió un tiempo de bohemia y penurias en Nueva York, trabajando como traductora, administrativa y figurante en películas. Un día, su amiga Gabrielle Picabia la puso en contacto con Marcel Duchamp y Man Ray, y este último le pidió que posara para unas fotos. Se introdujo así en el círculo de los dadaístas, que se movía entre París y Nueva York. Y finalmente, Blanche Hays, otra amiga del grupo, una alegre y rica divorciada, le pidió que la acompañase a París. Schiap, como empezaron a llamarla sus nuevos amigos, se instaló con su hija en casa de Blanche, y no tardó en acompañarla a las maisons de costura para hacer sus compras. En una de estas visitas, el gran Paul Poiret le echó el ojo a Schiap; la definió como estilosa, imaginativa y sobre todo audaz, y decidió vestirla gratis para la agitada vida social que empezaba a desarrollar. Arrancaba el año 1925, y ella ya se atrevía a hacer vestidos para sus dos mejores amigas. Tras constatar su éxito, y con cierta seguridad en sí misma, se ofreció como diseñadora independiente a algunas pequeñas casas de alta costura. Una amiga de Blanche compró una de estas empresas y contrató a Elsa como diseñadora. Duró sólo un año y pico, pero fue un aprendizaje suficiente para la valiente Schiap, quien decidió lanzarse por su cuenta.
En 1927, Elsa Schiaparelli presenta su primera colección, constituida por jerséis, faldas y vestidos de punto tricotado. Las prendas estaban elaboradas con varias madejas que llevan camafeos de punto aplicados e hilos de metal, con motivos geométricos y frecuentes efectos de trampantojo. Es, en definitiva, el easy wear, la moda fácil que cautiva a los estadounidenses. Los compradores se extasían y compran, y la prensa, liderada por Vogue, elige un jersey blanco y negro con una gran lazada en trampantojo para publicarlo como obra maestra, creativa y técnicamente. De la noche a la mañana, Elsa Schiaparelli se convierte en "lo último de París”. Su colección se exporta a Norteamérica y el famoso jersey del lazo se copia por miles.
Schiaparelli firma una sociedad con un empresario ligado a los almacenes franceses Galeries Lafayette. El aumento de capital permite, en 1928, producir una colección de punto mucho más amplia, que incluye trajes de baño, gorros, pijamas de playa y motivos y estampados cada vez más abstractos. En 1929, Elsa Schiaparelli ya trabaja con tejidos nobles, como la seda, el algodón y el lino, y puede permitirse fabricar sus propios estampados. Sus colecciones adquieren aires de alta costura de lujo. Y sus estampados empiezan a ser codiciados por los grandes fabricantes de tejidos, que le proponen negocios ambiciosos. Schiaparelli es invitada a mostrar su colección en Nueva York, y elige el deporte como tema: atuendos de tenis, de golf, de piloto de avión, de esquí, de natación… Nace el estilo Schiaparelli.



 Y también nacen, de su mano, los tejidos experimentales que sólo ella se atreve a usar: seda y lana recauchutadas, cuero barnizado, plástico, celofán y cremalleras decorativas. Y la famosa falda-pantalón, la guinda para una sociedad que todavía no entiende el aire masculino de la moderna vestimenta femenina y se escandaliza cuando, vestidas con dicha prenda, Schiap y su amiga Lilí Álvarez, española campeona mundial de tenis, se pasean tranquilamente por Londres. Pero, hacia 1930, Schiap acaba ganando, y muchas estadounidenses y europeas adoptan la falda-pantalón primero, y el pantalón después, para la ciudad y el campo. Ese año, mucho antes de que naciera el término prêt-à-porter, Schiaparelli delega la producción en serie de sus colecciones deportivas en fabricantes industriales, para poder trabajar y consagrarse como modista de alta costura realizando toilettes de lujo para la ciudad y la noche.
Schiaparelli alcanza la gloria a lo largo de la década de los años treinta. Se la gana a pulso, trabajando día y noche con colaboradores y artistas del más alto nivel técnico y creativo, y con una audacia empresarial inaudita. Su instinto para las relaciones públicas es notorio y controvertido. Y su reputación de mujer difícil y narcisista no hace más que reforzar el mito que se va construyendo a su alrededor, y que, en cualquier caso, la favorece. Schiap explota todo lo que es y crea, pero lo hace con la transparencia y honestidad de quien, trabajando con artistas y profesionales de renombre, no se apropia de las ideas ajenas y es generosa con las propias. Su modo de mezclar la moda con el arte es algo nuevo y revolucionario que fascina a una sociedad sumida en la incertidumbre económica y política generada por el crash bursátil de 1929.



Los salones y talleres de Schiap se amplían. En 1932, la firma cuenta con 400 empleados en ocho talleres. Sus tres líneas de moda se llaman Pour le sport, Pour la ville y Pour le soir. El decorador más moderno de París, Jean-Michel Franck, diseña su tienda-salón como un interior de transatlántico, con cortinas de charol, muebles negros y cuerdas para colgar de ellas la ropa multicolor y los accesorios, cada vez más presentes en el universo Schiaparelli. Ella añade muebles de la Bauhaus, comprados en un saldillo. Instalada en su nueva casa, del mismo estilo que la tienda, ofrece una cena a la cual invita a Coco Chanel. En su confusa autobiografía Shocking life, publicada en 1954, escribe: "A la vista del mobiliario moderno y de la vajilla negra, Chanel tuvo un escalofrío, como si hubiera acudido a un cementerio”. La velada no sale del todo bien: hace calor, y el forro de tela blanca recauchutada de las sillas se pega a los trajes. Schiap comenta con ironía que el efecto producido le recuerda a los jerséis con trampantojo en blanco y negro que han financiado la cena.


Este gusto por la modernidad demuestra su afinidad con el mercado y la prensa estadounidenses, que no cesan de ensalzar a su persona y sus creaciones. Reseñas como "lo que ella insufla a su ropa es la esencia de la arquitectura, el pensamiento y el movimiento modernos” se publican continuamente en la prensa. Ella avanza, imparable, con su experimentación en el juego de los contrastes inesperados y los cortes innovadores. Recurre a la magia de las hombreras –otro ingenio que se le debe– y permanece fiel a su filosofía de adaptar la ropa a los tiempos, haciendo colecciones de prendas simples y combinables que reducen considerablemente el guardarropa de una mujer moderna y viajera. La actualidad del progreso es su inspiración. Por ejemplo, cuando aparece el primer avión comercial, el Boeing 247, Schiaparelli diseña para la primavera de 1934 una colección aerodinámica con siluetas "al viento”, líneas de pez y de pájaro para la noche, y drapeados para el día. Aunque nunca ha volado en avión, diseña también un mono de piloto para mujeres inspirado en sus clientas, las aviadoras Amelia Earhart y Amy Mollison. También se inspira en los tejidos desechados por las fábricas y en los retales de pruebas, lo que le otorga la reputación de triunfar donde los demás han fracasado.
Sus manos transforman las telas sintéticas en objeto chic. A Elsa Schiaparelli se le deben el uso del rayón y su mezcla con tejidos nobles, el primer tejido elástico de rayón y látex, la creación de terciopelos transparentes e impermeables, y la utilización textil de láminas de celofán. En Europa y Estados Unidos, su fama de inventora y creadora textil se agranda a pasos agigantados. En 1933 lanza una colección hecha con rayón plisado y arrugado con efecto corteza de árbol, algo que no volverá a verse hasta cincuenta años después, en las colecciones de Issey Miyake, otro gran creador textil de los años ochenta.
En 1935, Schiaparelli inaugura su nueva sede en la plaza Vendôme con una colección titulada Stop, look and listen, que contiene estampados de páginas de periódicos inspirados en los collages de Braque y Picasso (una idea que John Galliano tomó prestada en los años noventa para Dior). Para ella simboliza la realidad cotidiana reconstruida por la realidad del espíritu. En esta época, Schiap se aficiona a las artes del marketing arty: para que se hable de ella, presta o regala sus modelos más provocadores a ciertas damas con mucho poder mediático. Ese mismo año, con Hitler gobernando en Alemania y Mussolini en Italia, Schiaparelli, oportunista y diletante, presenta vestidos que son monárquicos y republicanos a la vez. Según ella, "para reflejar la atmósfera de incertidumbre del momento, pues la moda nace de hechos, tendencias y cambios políticos, y no del intento de fabricar cortos o largos, plisados o lisos”. El caso es que junta tocados napoleónicos y botones militares con diseños prácticos con cremalleras de plástico, para –con mucha ironía– "contentar a la derecha y a la izquierda”. Y después se va a Rusia con el fotógrafo Cecil Beaton, ambos invitados por el Gobierno soviético a la Feria Francesa de Moscú. A su regreso, Schiap –que ha regalado al pueblo soviético un modelo especial– vuelve a generar polémica, y la ultraderecha la ataca, acusándola de simpatizar con el comunismo. Es el inicio de una larga época de rumores infundados sobre la ideología de la modista, que jamás se pronunció al respecto. En 1936 se inspira en las camisas masculinas y lanza un abrigo-camisa sobredimensionado de franela blanca que enloquece a los compradores, quienes comparan la prenda con el vestidito negro de Chanel. En 1937 presenta los trajes de chaqueta surrealistas creados con Salvador Dalí y toda una serie de sombreros-espectáculo: tricornios, boinas y el famoso sombrero-zapato. Finalmente se materializa el sueño de Schiaparelli de casar la moda con el arte.



 Pero para llegar a su plena consagración como mo- dista-artista, Schiaparelli tiene que vivir un verdadero frenesí mundano. En los años treinta, las noches de París son más chic que elegantes. Ella acude a todas las fiestas e inventa trajes extremos para sí misma: trampantojos, plumas de gallo, delantales de jardinero, bolsillos secretos para petacas de licor… Se convierte en una creadora completa. Sus vestidos prácticos (el hard chic) viven por su cuenta, mientras que ella dedica todas sus energías a crear provocación, ironía, sensualidad y sex-appeal, a la manera de su amiga y clienta Mae West. También colabora asiduamente con los surrealistas y los dadaístas. Cuenta con Perugia, el zapatero más vanguardista del momento junto a Ferragamo, para fabricar sus zapatos Dadá; diseña estampados para el mercado estadounidense con fotografías de megaestrellas de Hollywood, adelantándose en varias décadas al arte y la costura pop (Warhol, Versace, Valentino). Finalmente, su amistad y colaboración con Dalí y Cocteau produce "ropa que es algo más que ropa”, una idea que retoma Yves Saint Laurent en los años setenta. Los vestidos se convierten en objetos surrealistas en sí mismos: la creadora expresa en ellos, a su manera, su visión de la contradicción, el escándalo y la perturbación.


Aunque sólo Dalí declara abiertamente la influencia de Schiaparelli en los artistas surrealistas, afirmando que la moda es una función simbólica de la vanguardia, su papel como mujer surrealista es importante. Man Ray fotografía sus creaciones y Tristan Tzara escribe sobre el gusto automático de sus sombreros. A la vez, los artistas surrealistas trabajan para la alta costura, como ilustradores y fotógrafos o como diseñadores. Louis Aragon vende a Schiaparelli, Patou y Chanel los collares que fabrica su pareja, Elsa Triollet, y Alberto Giacometti crea broches de metal y botones para su amiga Schiap. Ella se dedica a declinar el guante como objet trouvé, con anillos, uñas lacadas y garras incrustadas, en beneficio de artistas y fotógrafos, y las manos femeninas como hebillas, botones y cierres, o como ilustración hecha por Man Ray para la antología poética Les mains lisses, de Paul Eluard. La surrealista Meret Oppenheim desarrolla la célebre instalación Déjeuner en fourrure, una taza de té con un plato forrados de piel de animal. E inspira a Schiaparelli varios usos rompedores de la peletería, además de su famoso botín forrado con pelo largo de mono, inspiración actualmente reconsiderada por Prada y visible en los escaparates de este próximo otoño. Además del traje de sastre con bolsillos-cajones con tiradores brillantes, fruto de su estrecha colaboración con Dalí, Schiaparelli introduce la langosta que adorna la cabeza de Gala Dalí como estampado para un vestido para la duquesa de Windsor. Y presenta una colección, Le cirque, abundante en referentes dalinianos: lágrimas, esqueletos y sombreros-tintero. Para el sombrero-zapato, Schiaparelli adopta en doble sentido el método paranoico-crítico de Dalí: un zapato no es un zapato, sino un sombrero.
En estos años, la propia Schiaparelli define su obra como arte, aunque reconoce que la suya no es tan gratificante como otras expresiones artísticas, "pues la obra muere al nacer”. Su eterna rival, Chanel, la llama con desprecio "esa artista italiana que hace moda”, y Balenciaga la considera una "verdadera artista de la alta costura”. El caso es que Schiap sigue de cerca la premisa dictada por André Breton: "La belleza será convulsa o no será”, y en 1939, unos meses antes de que estalle la II Guerra Mundial, la modista-artista presenta una colección inspirada en la comedia dell’arte del siglo XVIII, donde juega con arlequines, pierrots y colombinas que cambian de identidad tras sus máscaras y antifaces. ¿Una premonición de lo que iba a ocurrir, del mismísimo desenmascaramiento del mal? Simplemente, una nueva vuelta de tuerca de la creadora, que intenta demostrar de nuevo que la belleza artificial puede estar por encima de la belleza natural. Es decir, que el chic suplanta a la belleza.
El 3 de septiembre de 1939, los hombres son movilizados (modistas incluidos). Y todos los que pueden se marchan de Europa. La surrealista Schiaparelli presenta un modelo para la fuga, que consiste en un mono de lana con pantalón ancho, con cuatro grandes bolsillos con cremalleras para llevar documentos, joyas, linterna y otros instrumentos valiosos. Muchas casas reducen su personal y otras cierran, pero Schiap opina que es una cuestión de prestigio para Francia luchar y seguir creando ropa, aunque se trate de ropa utilitaria. Schiaparelli aguanta hasta la invasión de los alemanes y la formación del Gobierno colaboracionista de Vichy, en 1940. Y decide, ella también, marchar.


 Irónicamente, dos semanas después del cierre, Coco Chanel volvió a París para reabrir su maison tras 15 años de ausencia, durante los que debió observar, aviesa, los pasos en falso de su generación y la consagración de una nueva. Schiaparelli publicó su autobiografía y desapareció. En 1969 donó unos setenta vestidos y accesorios al Museo de Arte de Filadelfia.
Chanel murió en 1971, a los 88 años de edad, dejando una casa de costura en plena forma hasta el día de hoy. Schiaparelli murió en 1973, a los 83 años de edad, dejando un menguado archivo de 88 vestidos y accesorios para las colecciones de la Unión Francesa de las Artes y del Traje, y un inmenso y creativo legado de ideas e innovaciones que siguen funcionando en la actualidad. Fue ella quien inventó el desfile de moda concebido como espectáculo y provocación para el público, con largas y apretadas colas de espera. Fue ella quien se anticipó al mundo de las licencias industriales. Fue ella quien introdujo las gafas de sol, la lencería y los bolsos con firma. Y todas las demás innovaciones relatadas en este texto.
Ha tenido y hoy mantiene seguidores y admiradores que se inspiran en sus creaciones. Algunos confesos, como Zandra Rhodes, Yves Saint Laurent, John Galliano y Jean-Paul Gaultier. Otros, como Sybilla, Yamamoto, Versace, Valentino, Miuccia Prada y, desde que hace alta costura, Giorgio Armani, la homenajean sutil, pero constantemente. Entre sus clientas fieles y "maniquíes mundanas”, como ella llamaba a las celebridades a quien prestaba y regalaba sus vestidos más llamativos, destacaron una serie de actrices de extraordinario carácter, como Arletty, Mae West, María Casares, Zsa Zsa Gabor, Katharine Hepburn, Claudette Colbert, Lauren Bacall y Marlene Dietrich. Esta técnica publicitaria, concentrada en lo que hoy llamamos vestir la alfombra roja y que está rabiosamente vigente, también pertenece a las intuiciones visionarias de la creadora.


 A la Schiaparelli le emocionaban la intuición y el acto de crear. "Un vestido se convierte en un objeto indiferente, a veces en una lamentable caricatura de lo que una quería que fuese: un sueño, una expresión”, dijo en su época de gloria artística. Otra artista, la refinada pintora y diseñadora textil Sonia Delaunay, publicó en 1931 un artículo-manifiesto titulado Los artistas y el futuro de la moda, en el que escribía: "En lugar de adaptar la ropa a las necesidades de los tiempos (…), la moda se ha vuelto complicada en la creencia de que así satisfará a los consumidores…”, reflejando el eterno dilema entre moda y arte, o, más bien, entre mercado de la moda y mercado del arte. Mientras tanto, el cíclico sistema de la moda sigue igual, a la espera de otra revolución.







http://elpais.com/diario/2006/10/01/eps/1159684028_850215.html

martes, 20 de marzo de 2012

consuelo castiglioni

Con sus raíces suizas y latinas cambió la forma de ver el diseño italiano, cuyas referencias siempre
Fueron la sobriedad de Armani y la estridencia de Versace.


La cara de Marni 


Sin duda, uno de los desfiles más esperados temporada tras temporada en Milán es el de Marni, la marca creada por Consuelo Castiglioni en 1994. Una de las búsquedas permanentes de esta italiana nacida en Suiza y de antepasados chilenos, siempre fue la de encontrar ropa en la que se fusionaran de excelente manera su espíritu artístico y bohemio, eso sí, en siluetas, materiales y diseños que fueran muy sofisticados. Porque ella no quería uniformarse con la ropa que vestía el resto del mundo. 

Así nació la marca, que rápidamente se hizo popular no sólo en el país de la bota, sino en toda Europa. Sus primeros diseños de estilo vintage y las estampaciones que su directora creativa y su equipo le ofrecían al creciente público, satisficieron a un segmento que por fin había encontrado acomodo. Tras 15 años de éxito ascendente, Marni sigue en la misma línea de diseño, pero ha introducido telas de alta tecnología como sedas, cachemir, piel y otros desarrollos tecnológicos que siempre son terminados de manera artesanal. En el 2007 incursionó en el mercado masculino con una acogida arrasadora que mantienen tanto la propuesta femenina como las carteras, joyería, lentes y, sobre todo, accesorios que ya se convirtieron en objeto de culto por parte de los miles de seguidores de una propuesta que ha demostrado ser triunfadora.



 

marni primavera verano 2012


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Marni presentó en Milán una colección llena de color y de líneas retro, dominada por los vestidos lady y por los prints geométricos y florales.